Hace pereza, no siento ganas de levantarme ya que las cobijas me atrapan y el frío no colabora. Además, es mi día de descanso después de trabajar de sol a sol en esta temporada decembrina. Sólo me mueve la visita a mi padre y la llegada de Carlos Mario a eso de las cuatro. Me pondré bonita y me impregnaré en el perfume ácido que él prefiere. Le gusta el vestido vaporoso que me regaló dos meses atrás. Dice que me veo sensual, que le parezco atractiva y que le gusta el contraste que hace con mí piel bronceada, pero aún suave. Uhmm… me pondré ropa interior para la ocasión, en tonos violetas, ya que es probable que nos enredemos en alguna faena especial, como todos los viernes. A mis 48 años y 20 de separada creí que esto ya no pasaría.
Al fin, una vida tranquila en medio de mi pobreza acumulada. Me asomo al armario, y como nunca lo había visto, encuentro vestidos bonitos, zapatos para combinar y cuanta chuchería que me ha comprado para verme bien. Ya he conocido buenos restaurantes, en donde me dejo llevar por las pastas y el queso que me gusta saborear. También soy asidua visitante a uno que otro centro comercial, sin que aún me sienta a plenitud… y veo gente sonriente que pasa de un lado a otro sin prisa, como nosotros, que vamos tomados de nuestras manos callosas de tanto laborar.
Y no me siento culpable, me lo merezco. Tanto hombre que conocí, con los que fracasé y pues éste, con el que literalmente me tropecé, me salió útil. Me compra lo que quiero y me dice “flaquita” sin ningún temor. Eso está muy bien, me hace sentir amada.
Las dudas se me presentaron cuando me dijo que salía con otras mujeres, cosa que dudaba por su extrema timidez, que vale decirlo, lo hizo merecedor al apodo de “atulampao” cuando lo conocí. Tuve la certeza de su apetito sexual y promiscuidad cuando encontré varios videos en su celular.
Lo medité bastante, pero a estas alturas de la vida esos son detalles sin importancia. No es que yo lo ame – ni más faltaba en plena menopausia sentir estas cosas -, pero me entretiene y se encarga disciplinadamente de mis calores cotidianos. A mi edad y sin pensión a favor, estar en pareja toma formas más concretas de existir.