Ese nombre no me gusta, pero él insiste en que me queda bien y que va con mi cargo de gerente comercial de “Asegúrate”, con sede en Bogotá y no aquí en Bucaramanga. Ni el nombre, ni el cargo ficticio me gusta, al igual, tampoco me agrada esta situación.
Jorge me dijo que no hay problema por los participantes en la cena, que su amigo Aníbal no es hombre de prejuicios, y que su acompañante es una mujer que no volveremos a ver. El problema soy yo. Pienso en mis hijos y mi esposo, quien me supone en actividades académicas. También imagino a la esposa de Jorge – a quien conozco en fotos – y su tierna bebé que no pasa de los dos años. Concluyo que no es justo amar de esta manera.
La culpa es mía, pero no sé en qué momento la realidad se salió de mis manos. Recuerdo que la magia estaba en coquetearnos a escondidas, vernos de vez en cuando y llenar nuestros vacíos en jornadas torrenciales. En algún momento perdimos los estribos y yo, la razón. Me acuerdo que fue su siempre manifiesta, pero inconclusa decisión de separarse, la que me ilusionó. Así mismo se asoman sus besos experimentados y la manera fuerte con la que sus manos se posaban en mi espalda. Sin duda, fue eso, la promesa de un mundo mejor en donde lo esporádico sería permanente.
Esta noche, al mirar a la acompañante de Aníbal encuentro un adjetivo para mí, para las dos; somos “las amantes”, ella es temporal y yo permanente, pero ambas existimos sin trascendencia, sin futuro y sin identidad. Ya no recuerdo los hoteles que hemos visitado, sólo el de la primera vez, con sus cinco estrellas y mil atenciones que sazonaban las sensaciones.
¡No es posible! siento que no puedo más con esta situación. Esta noche no quiero terminar en ninguno de ellos, y se me ocurre pensar en cómo llegar a mi casa pronto y dormir tranquilamente y con pijama. Se me ocurre que bajo un pretexto estomacal, de último momento, puedo abandonar la reunión y refugiarme en mi mundo. Así que emprendo mi plan con cuidado y cuando regreso del baño comparto mi dolencia inexistente. Jorge me mira y me toca, atento de mí y entonces… mi piel me reclama, a pesar de mis débiles remordimientos. Otro día lo volveré a intentar.